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Trauma
y reintegración
FORMAS DE RESPUESTA.
Hemos visto que cuando sufrimos
una experiencia traumática de carácter político, tenemos
la necesidad de integrarla en la vida. No se pueden poner paréntesis
en la propia historia que uno ha vivido. Si una persona ha sido torturada es
posible que intente olvidarlo, o intentar vivir como si nada hubiera pasado.
Pero no se puede: tenemos necesidad de integrar esas experiencias en la vida,
en el proyecto vital y político.
Muchas veces son las circunstancias externas las que dificultan esta integración
(puede ser que en la familia no haya espacio para hablar de ello, o que la represión
nos obligue a huir y no nos deje ningún momento para pensar en ello...).
En otras, los intentos que la persona o el grupo han hecho para afrontar la
experiencia (la desaparición forzada de un familiar, la tortura, el miedo,
...) no han sido útiles y puede que la experiencia trate de negarse o
que resulte completamente abrumadora en otros casos.
Así, nos encontramos con tres situaciones posibles en relación
a la integración de la experiencia, y que hemos llamado con tres palabras:
"normalidad", "imposibilidad" y "reintegración".
La primera
situación se caracteriza por intentar negar y reprimir el hecho de estar
afectado por la experiencia y por lo tanto la experiencia misma. Una actitud
de este tipo lleva a menudo a lo que hemos llamado "privatizar el daño",
es decir a que las situaciones se vivan de forma aislada, sin darse espacio
uno mismo ni con los otros, para integrarlas (el dolor se queda en uno mismo,
y es muy difícil sacarlo para compartirlo con los otros).
Normalmente el contexto social opresivo y la necesidad de continuar la lucha
pueden llevar a que la persona piense que es mejor intentar olvidar lo pasado,
negar su impacto y seguir adelante.
De esta manera se impide el acceso a la conciencia y a los otros y se hace lo
posible por esconder el conjunto de sentimientos y vivencias que la experiencia
ha producido.
Sin embargo cuando el daño producido ha sido importante no sirve de mucho
negar la experiencia y vivir una pretendida normalidad. Con el tiempo se va
utilizando mucha energía en negar y reprimir los sentimientos y la persona
cada vez tiene menos energía, menos fuerzas para la tarea de reconstruirse
y dar sentido a las experiencias.
Se entra así en un círculo vicioso, ya que cada negación
exige nuevas negaciones (ante sí mismo y ante los otros) y cada intento
de reprimir consume más energía, más fuerzas.
Esta especie de "hacerse el fuerte" es normal, y puede ser útil
en algunos momentos, por ejemplo cuando se necesita responder de forma inmediata
a las amenazas (durante la tortura uno debe mantener sus defensas en la máxima
alerta, o tras un atentado trabajar fuerte para hacer las denuncias, etc...),
pero más tarde se convierte en un problema.
Para negar y reprimir la experiencia pueden ponerse en marcha algunos mecanismos
de defensa. Los mecanismos de defensa no son de por sí negativos, son
intentos que la persona hace para mantenerse, en un ambiente social que muchas
veces es opresivo y cerrado. Sin embargo, con el tiempo, estos mecanismos de
defensa consumen mucha energía y la persona se va debilitando. Entonces
en lugar de servirle para seguir adelante,
se convierten en un problema que le deja cada vez más debilitada.
Muchos de estos mecanismos llevan a conductas de aislamiento o evitación
(no querer relacionarse con otros jóvenes porque le recuerdan a compañeros
asesinados, no querer tener noticias para no recordar vivencias pasadas, etc.).
Estas conductas hacen más difíciles las relaciones afectivas y
los vínculos sociales que son tan necesarios para reconstruir el proyecto
vital y político.
Formas de respuesta individual
- Negación: no
pasó nada, ...
- Fingimiento: hacer como
si no pasara nada...
- Ocultamiento activo:
por ejemplo inventarse una historia que no tiene nada que ver.
- Racionalización
que distorsiona: no puedo tener miedo, debo ser más fuerte y
olvidarme de lo que siento...
- Evitación: evitar
estar con gente, en ciertas situaciones...
- Reprimir los sentimientos.
- Tratar de no pensar.
Pero no sólo la persona
puede poner en marcha algunos de estos mecanismos. También su familia
o grupo de compañeros pueden utilizarlos. El grupo puede responder de
esta manera tanto a experiencias que se hayan vivido como grupo, como a experiencias
que ha vivido una persona del grupo (un compañero capturado y torturado...).
Algunos de estos mecanismos de defensa que pueden ponerse en marcha en el grupo
y a los que estamos haciendo referencia, se encuentran en el siguiente cuadro.
Formas de respuesta del grupo.
- La vida continúa:
sin parar un minuto, como forma de evitar una conversación "peligrosa"
o de eliminar espacios para pensar...
- El imperio del silencio:
situaciones en las que no se habla de un tema porque los miembros del grupo
prefieren no tocarlo (por ejemplo la desaparición de un familiar).
Se crea así una
situación en la que entre todos se mantiene una especie de
"acuerdo" de no hablar. El fingimiento: hacer como si nada hubiera
pasado aunque en lo privado cada uno es consciente de la situación.
La delegación en un miembro del grupo, al que se le considera el más
débil o el único afectado ("a nosotros no nos pasa nada,
es José el que está mal...").
Estos mecanismos son intentos por parte del grupo de mantener también
una "pretendida normalidad", de hacer como si nada hubiera pasado.
Con el tiempo estos mecanismos
hacen al grupo más rígido. Cuando el grupo se hace rígido,
se consolida una estructura y unas relaciones entre los miembros que hacen más
difícil abordar los problemas.
La rigidez del grupo supone también un aumento de tensión que
a veces no se exterioriza, pero que hace saltar a la gente por cosas que en
otra situación no tendrían mucha importancia.
La rigidez hace que las personas no se sientan apoyadas y que el grupo, en vez
de fuente, se convierta en un gasto creciente de energía.
La segunda situación es la que se da cuando para la
persona la experiencia ha sido tan abrumadora, que siente que le es imposible
salir adelante ("ya no hay nada que hacer...ellos me han podido...").
La persona se encuentra debilitada por el convencimiento de que no puede integrar
la experiencia, que no es posible reconstruir su vida.
Muchas veces esta situación se ha creado después de muchos intentos
de salir adelante que no han dado buen resultado. Es posible que no se haya
encontrado el espacio para hacerlo y la persona se encuentre "rota".
Otras veces los intentos de abordar la experiencia se han hecho cuando la persona
se encontraba muy baja de energía y entonces se ha producido el convencimiento
de que ya no se va a producir nunca. La persona siente que se encuentra en un
pozo del que no puede salir. En el siguiente cuadro se recogen algunas situaciones
frecuentes.
A veces es todo el grupo o familia los que viven una situación de imposibilidad.
El grupo puede encontrarse "congelado" en el tiempo, pensando siempre
en lo que pasó, en las ausencias, etc., viviendo un pasado abrumador.
No se puede entonces vivir el presente, ni proyectar el futuro, y el grupo se
encuentra "atado" a la experiencia.
Una tercera
situación es la que hemos llamado reintegración.
Reintegrar supone reestructurar la vida y la identidad como personas y como
grupo, teniendo en cuenta la experiencia (tortura, persecución, desaparición,
...) y no negándola.
En general es más efectivo afrontar la experiencia y sus significados
(por ejemplo, lo que ha supuesto la detención y tortura para la persona
y su familia...) que la integración "pretendidamente normal"
de la que hemos hablado (por ejemplo, hacer como si nada hubiera pasado...).
Para favorecer esa reintegración es útil compartir los sentimientos
con los otros, evaluar la situación actual para proyectar el futuro y
a veces ver también lo que la experiencia ha hecho crecer.
Uno de los requisitos previos para que la reintegración sea posible es
aceptar la experiencia, lo que en realidad pasó y constatar su naturaleza.
La segunda cuestión es "resocializar" la experiencia (comprender,
compartir, participar... ) para que así sea posible:
- integrar la experiencia y el sentido que tiene.
- superar la victimización.
- recuperar el protagonismo vital y social.
La reintegración de que venimos hablando, no es por tanto un proceso
solamente individual, sino que es un proceso grupal, familiar y comunitario.
Un proceso que es también un proceso de apoyo.
A lo largo de este libro hablamos de comunidad en un sentido amplio, como institución
o lugar donde vive un conjunto de personas y familias, como grupo de trabajo,
etc. Sin embargo, ahora hacemos énfasis en la comunidad como un grupo
que comparte sus experiencias y tiene un sentimiento de solidaridad entre sí.
La comunidad por tanto tiene una dimensión afectiva que se basa en unas
relaciones humanas de mutuo conocimiento y apoyo.
El apoyo para que esta reintegración sea posible se basa en reconstruir
las relaciones en el medio comunitario. Este apoyo puede ser apoyo social (no
dejar a nadie solo...), material (en la mejora de la calidad de vida...), emocional
(dar espacios para poder compartir los sentimientos más íntimos...),
y un apoyo político (un encuentro con un profundo sentido ideológico
y humano).
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